top of page

Lectura biopolítica sobre la obra de Santiago Sierra

 

Por Ricardo Pizarro


 

En el presente texto planteo algunas directrices claves para revisar o releer la obra del artista español Santiago Sierra, desde coordenadas que se centran básicamente en el tema o noción de Biopolítica, esto es, el replanteamiento de la problemática entre Arte y Poder.

La Biopolítica es una nueva política del poder que hace entrar a la vida y sus mecanismos (o al sujeto en cuanto ser viviente) a los dominios de los cálculos explícitos del poder. El concepto cuya genealogía está ligada a la filosofía, está incubado ya en el texto “La analítica del poder” de Foucault, donde el autor revisa los distintos poderes en las sociedades precedentes, los motivos de sus transformaciones y los orígenes de este nuevo concepto de poder que después recibiría el nombre de biopolítica.

A diferencia del poder Soberano el cual se erigía desde la premisa vertical de el poder de dar muerte, a través de la Ley como sistema lateral. La Biopolítica se abre a las nuevas sociedades como un poder de dar vida, un poder de control y normalización que llega directo sobre el cuerpo viviente, una economía política de los cuerpos, el cuerpo debe ser formado, informado, reformado, en fin, debe ser capaz de producir.

A la Biolpolítica le interesa por tanto la vida, por este motivo pone en relevancia justamente los mecanismos de mantener la vida de la población. La mortalidad infantil, la longevidad, las políticas de seguridad pública, la higiene, se convierten en puntos de suma importancia, que van dirigidas a que la población sea inmune, lograr la inmunidad de la vida.

En la lectura biopolítica del arte, entra en preponderancia la relación entre arte/poder/cuerpo, o bien, el ejercicio del arte como poder sobre los cuerpos o los individuos.



 

Ejercicios de poder/ exclusión absoluta de la moral.
 

A la luz de la presentación de la obra audiovisual llamada “Los Penetrados” (video 45 min. España 2008), que Metales Pesados trajo a Chile y que se exhibió el recién pasado martes 23 de Junio en el cine arte Alameda, la cual aborda con toda crudeza nuevamente el problema de los inmigrantes y su devaluación racial, es que, quisiera dirigir este comentario, a las obras que Sierra presentó en su visita a nuestro país el año 2007 en el centro Matucana 100.  Lo particularmente interesante de rescatar es, a saber, que las obras de aquella ocasión fueron emplazadas en nuestro contexto, es decir, el diseño de esas obras tocó directamente la contingencia de nuestro propio conflicto con el creciente flujo de inmigrantes.

En la oportunidad Sierra realizó al menos dos instancias, en la primera procedió a invitar a un selecto grupo de intelectuales o personajes del mundo político o del ámbito del arte chileno al auditorio o teatro de dicho centro para participar del proyecto. Transcribo aquí la presentación que de esta obra se hace en el propio sitio web del artista:

“Esta obra fue realizada para ser contemplada en exclusiva por las siguientes 13 personalidades: Patricio Walker Prieto, Presidente Cámara de Diputados; Jose Antonio Viera-Gallo, Ministro Secretario General de la Presidencia; Jose Goñi, Ministro de Defensa; Juan Antonio Faúndez, Director del Instituto Nacional de la Juventud; Carlos Peña, Rector de la Universidad Diego Portales; Nelly Richard, Vicerrectora Universidad Arcis; Francisco Brugnoli, Director Museo de Arte Contemporáneo; Raúl Zurita, Poeta, Premio Nacional de Literatura; Justo Pastor Mellado, Critico de Arte y Curador Museo Salvador Allende; Hernán Garfias, Director Escuela de Artes Universidad Diego Portales; Rodrigo Miranda, Periodista de la Tercera; Macarena García, Periodista de El Mercurio; Catalina Mena, Periodista Revista Paula.

Todos ellos fueron llamados de uno en uno a internarse en un largo pasillo de madera de construcción. En un punto del camino la personalidad se veía en medio de un teatro con 184 trabajadores peruanos mirándolo con severidad. No pudiendo salir de este punto, la personalidad se volvía sobre sus pasos. No obstante el pasillo había cambiado y ya no conducía al punto de partida sino a la calle donde un vigilante le devolvía las llaves de su automóvil y le agradecía su presencia.”

 

La segunda obra –a la cual quisiera referirme primeramente desde la propia experiencia como espectador- fue la presentación de una exhibición llamada “Los Adultos” donde el artista procedió a instalar en una sala y en el patio de mismo centro (M100), muchos dispositivos -especie de pequeñas torres llenas de parlantes- los cuales emitían un ruido irreconocible, molesto y constante, un ruido que aparecía como un silbido o chirrido tal vez por exceso de volumen a la expectativa de la emisión de alguna supuesta grabación, pero que sin embargo nunca sucede.

Poco a poco se acerca la hora de la apertura de la inauguración citada, y se va llenando de gente-espectadores-artistas (o víctimas) a la espera de la presentación, sin embargo, un calor desmedido proveniente también de muchos focos dispuestos dentro de la sala, más el ruido que se hacía insoportable nos obligaba a volcarnos al patio, sin embargo acá continuaba el ruido.

Al pasar la horas pudimos darnos cuenta que la obra no era más que lo ya descrito, ni siquiera esta “inauguración” incluía el tradicional cóctel o vino de honor, había entonces lo que podríamos definir como una calculada desconsideración del artista hacia los espectadores. Sierra se burlaba de los concurrentes a este evento, devolviendo al espectador la pregunta de su propia presencia en ese lugar. Más aún, se burlaba del propio acto burgués de ser un espectador de arte, interrogando acerca de las rentabilidades simbólicas del ejercicio del  arte contemporáneo.

Sin embargo, al adentrarse en más información publicada en la propia página web del artista, éste despeja la operación. El ruido o chirrido resultó ser un tipo de sonido ultrasónico de 18 a 20 khz conocido con el nombre de “mosquito” que es audible sólo para los jóvenes menores de 25 años. Basado en los principios empleados en el tratamieto de plagas de ratas, este ya ha sido implementado en algunos lugares para mantener alejados a las pandillas juveniles. Aunque las personas de más de 30 años también pueden detectarlos la molestia es mucho menor y por lo tanto soportable.
 

Para un conocedor de la obra de Sierra, estas operaciones realizadas y emplazadas en nuestro país, se enmarcan dentro de la propia tradición de su obra, es decir, el artista pone en tensión dentro del escenario del arte, distintos alcances del poder que afectan a los individuos generalmente por su condición legal de inmigrantes o bien por condición de pobreza, raza o clase.

En la primera obra citada el artista pone de manifiesto el enfrentamiento de distintos personajes, todos ellos que ostentan un cargo de poder, vale decir, representan las distintas capas de los poderes que reticularizan nuestra condición como individuos subordinados en la sociedad, enfrentándolos, a su vez, a los que quedan al margen de estos alcances; los que son excluidos, los que se quedan en las periferias o intersticios de los poderes oficiales.

 

Llama la atención que "la trampa" dispuesta por Sierra a los ya mencionados personajes de la representación del poder, no haya sido de alguna forma prevista o al menos olfateada por los agentes de mundo del arte invitados, y por otro lado, dejan reflotando las diversas tensiones e indisposiciones, que se desprenden de las cuotas de responsabilidades de los organismos que habilitaron el dispositivo de enfrentamiento.

Sierra actúa desde la soberanía del arte, como representante del poder simbólico, la ley simbólica, donde el artista es la autoridad, arrogándose el derecho a administrar o manipular por un lado, las cuotas de rentabilidad y de poder simbólico, y por otro, a los sujetos o individuos socialmente excluidos, a través de una remuneración (en este caso de 7.000 pesos chilenos a cada peruano) el artista dispone dentro de la escena su accionar crítico, reduciendo desde su propio capital a estos inmigrantes de forma utilitaria, a los que podríamos denominar como  mano de obra barata, reproduciendo con toda crudeza y arrogancia el mismo accionar despiadadamente utilitario del poder capitalista.


En el libro “Del Biopoder a la Biopolítica” del autor Maurizio Lazzarato se enuncia la siguiente definición del concepto de Biopolítica:
 

“La Biopolítica es entonces la coordinación estratégica de estas relaciones de poder dirigidas a que los vivientes produzcan más fuerza. La biopolítica es una relación estratégica y no un poder de decir la ley o de fundar la soberanía. “coordinar y dar una finalidad” son, según las palabras de Foucault, las funciones de la biopolítica que, en el momento mismo en el que obra de este modo, reconoce que ella no es causa del poder: coordina y da finalidad a una potencia que, en propiedad no le pertenece, que viene de “afuera.” El biopoder nace siempre de otra cosa que de él.”

Si nos adentramos en una lectura de estas obras desde la perspectiva biopolítica, se pone en función la dialéctica del Amo-esclavo, el poder directo sobre el cuerpo o sujeto.  El poder es, de este modo, definido como la capacidad de estructurar el campo de acción del otro, de intervenir en el dominio de sus acciones posibles. Esta vez, a través de una remuneración que pone en escena el contrato mutuo, entre el arte y el sujeto social, los inmigrantes peruanos como mano de obra, o mejor aún, como cuerpo o sujeto de obra barata, ponen en escena la fisura implícita en el contrato. Mientras para el artista la retribución se da en el plano de rentabilidad simbólica del arte, para el inmigrante peruano sólo representa la oportunidad de un ingreso de dinero extra.

Desde esta perspectiva, Sierra juega en el límite de la dignidad, pone en escena los contrastes surgidos por los mecanismos del poder, contrastes que cargan directamente los cuerpos o sujetos y que son frontalmente expuestos como parte del espectáculo para  a su vez lograr el acontecimiento. El sujeto inmigrante se pone bajo el dominio del arte para presentarse en su propia condición político-social, se expone a cara descubierta enfatizando la devaluación como estatuto de clase.

En obras anteriores, Sierra manipula aún de manera más descarnada e incluso absurda a estos sujetos, a través del poder capital-simbólico del arte, les paga por realizar trabajos forzados y absurdos, como por ejemplo, mantener sujeto un muro de un museo o galería que ha sido desplazado de su lugar e inclinado en un angulo, para ser sostenido por inmigrantes remunerados que se turnan durante todos los días en que transcurre la muestra.

Así, el accionar biopolítico del arte se vuelve su faceta más temible, porque en el nombre del arte todo puede o debe suceder. Sierra actúa a la vez crítica y cínicamente, pues es la misma puesta en escena con todo su criticismo frontal y todo el debate que propone, la suma de la propia rentabilidad artística; el arte nunca puede traspasar la barrera de su nicho simbólico, poniendo en escena la sombra de desesperación de su propia imposibilidad.
 

Ricardo Pizarro
Stgo Junio 2009

bottom of page