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LLAMADO A CONCURSO Exclusión y Éxito


Por Ricardo Pizarro

 


Mientras en el mundo occidental los individuos admiran toda suma de un hombre que se superpone a los demás, por lo tanto un hombre que alimenta su ego, en el pensamiento oriental la persona admirada es la que progresivamente se va desprendiendo de su ego, la persona que se entrega y se pone bajo los demás.

Máxima tibetana.

 

En el presente texto quisiera proponer el emplazamiento crítico, acerca de los actuales mecanismos de selección de las plataformas de validación y visibilidad de los circuitos del arte chileno. Posición crítica en cuanto toma de conciencia del propio sistema en el que nos vemos constantemente sometidos, sistema eminentemente concursable; todo es un concurso, desde una convocatoria a un espacio x, como todo fondo venido de programas o entidades estatales o privadas. Sin ir más lejos, el fondo más extenso e importante destinado al arte en Chile FONDART. Sistemas a los cuales no oponemos resistencia alguna, puesto que es aceptado como modelo sobre todo funcional, que homologa las éticas de competencias implícitas dentro de la hegemonía occidental del sistema capital.

El éxito está representado por la suma de un capital determinado, lo cual fija y valida per se un sistema de competencias.

Esta ética supone claramente un avance directo o lineal en un área determinada, según aquel impacto funcional dentro de sus escenarios de acción. Lo que se desprende de esto último es que, dentro de estos modelos, lo que define la categoría del éxito, es siempre representado con la adjudicación de una suma o acumulado de capital que se pone o impone por sobre otros, no está demás aclarar que esta noción de capital es entendida aquí, con toda la anchura del concepto, incluyendo todo capital simbólico y/o artístico.

Dentro de este correlato analítico debemos pensar que en el diseño de cualquier estratificación sistémica, todo capital se aglutina en un reducido porcentaje de individuos (élites), como cúpula y centro de poder que después, a medida que se van sumando nuevas capas circulares en torno a ese centro, el aglutinado de capital va decreciendo en relación inversa al crecimiento de la población o el número de individuos, hasta llegar a las periferias de lo ignorado, terreno de la inaccesibilidad del éxito.

Dicha inaccesibilidad está, a su vez, representada por la falta prácticamente total de capital de inversión, quedando de antemano excluidas de todo acceso que procure un avance de importancia. Quién no tiene capital a invertir no tiene margen de éxito, esto es socialmente visible en toda periferia, tanto de capital económico y de conocimiento. Desde acá frases vertidas a modo de eslogan como “todo se puede”, “querer es poder”, “vamos que se puede” suenan con toda la arrogancia e impersonalidad de las éticas implícitas en el modelo neoliberal. Modelo que como es sabido pone en juego el capital individual e individualizante del propio sujeto (o entidad), en cuanto debe o puede ser el forjador de su propia suerte o éxito. Sin embargo, este supuesto “querer” esconde en sí ya un capital individual sicológico-emocional base, al cual, muy lamentablemente no todos tienen acceso.

Lo importante de señalar y que representa desde mi punto de vista la mayor paradoja, es que no resulta muy difícil de observar que incluso en los circuitos del arte contemporáneo (sobre todo joven), esta ética se hace presente y es asumida sin apenas ser cuestionada, lo que evidencia que incluso los artistas somos, en alguna medida, moldeados y constituidos sobre estas bases, por lo cual estos procedimientos no nos parecen ajenos ni desconocidos, aceptando salvo contadas excepciones sin problema esa ficción, esto es, la unilateralidad de lo que conocemos y aceptamos como la definición de nuestro propio éxito, o el ajeno.

Desde acá se desprende la relación artificial de que para obtener éxito hay que eventualmente ganarle a alguien, o en suma ganarle a muchos. En este sentido un sistema concursable es siempre excluyente. Habría que preguntarse entonces si los criterios de selección de un concurso determinado, son suficientemente aplicables imparcialmente, y cómo esos criterios (más allá de los aspectos técnicos) son capaces de abarcar y evaluar obras de naturalezas muchas veces tan disimiles.

Pero por sobre todo, lo que considero la consecuencia más inquietante, recae en el nivel de candidez de los propios artistas (y sus egos), al dejarse llevar por la ilusión que impone este modelo en hacernos pensar o creer, que un artista es mejor que otro por el hecho de haber ganado concursos. Esto que dentro de los valores que habitamos parece evidente, puesto que es lógico pensar –lógica capital- que una obra que ha ganado en un concurso, es decir, se ha impuesto por sobre otras bajo criterios selectivos específicos, es definitivamente mejor que sus pares no premiadas, pone en evidencia, lo inmerso que nos encontramos dentro del modelo al que asistimos, validándolo y perpetuándolo la mayoría de la veces ciegamente o por llamarlo así por pura inercia, peor aún, lo que es más grave, en plena conciencia de su comodidad funcional (necesidad de inscripción, visibilidad y validación), desde los cuales nos vemos eventualmente beneficiados o simplemente excluidos.

Pienso en las razones de fondo que mueven a llevar a concurso diferentes y variadas obras de arte, ¿cuáles son estas razones? ¿Por qué una sociedad necesitaría llevar a competencia la producción de arte de un tiempo o contexto determinado? ¿Qué lleva a confrontar en un mismo plano obras de naturalezas que pueden ser incomparablemente disimiles? Sin duda las respuestas son siempre funcionales-capitales, lo que es exacerbado por las precariedades de nuestra escena artística nacional; si no alcanza para todos, hay que excluir compitiendo.

Indudablemente que al asistir a este modelo de competencias, estamos contribuyendo a generar y a validar cuotas de poder subjetivo. Estamos subordinándonos como creadores y aceptando que las decisiones que dan validez a nuestra obra, la tomen otros, robusteciendo la calidad de autoridad de aquel que elige. Concursar es en suma aceptar las bases, es decir, aceptar las reglas que predisponen mi obra, es aceptar la decisión y subjetividad de quién elige, es aceptar que hay algo que ganar, un capital, una inscripción, una validación y ¿cómo no? si en definitiva "todo artista necesita reconocimiento".

Me pregunto qué pasaría, si un artista X decidiera no someterse a ninguna convocatoria concursable,  esta omisión lo mantendría al margen de un probable éxito, pero de igual forma, al margen del fracaso, no gozaría de la habilitación y validez dentro de su propio campo de acción, es decir, en términos inscriptivos no existiría. Esta afirmación que nos puede parecer muy violenta, es por supuesto el punto en cuestión, el punto de inflexión político-artístico que da forma a aperturas intersticiales de producción de “obra”, dentro del gran campo de fuerza del capital que todo lo abarca. Lo que propongo entonces, no es la ingenuidad de una anarquía como oposición e ilusión de resistencia a un macro modelo, sino que la toma de conciencia y la revisión crítica de los estatutos a los cuales nos vemos enfrentados, procurando que la dirección de nuestros esfuerzos (artísticos) alcancen como genuina consecuencia de su impacto visual, crítico y/o poético, el ensanchamiento del conocimiento, de la memoria y de la experiencia humana.

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(Texto publicado en revista Escaner Cultural: http://revista.escaner.cl/node/4992 )

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